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Ojo hembra

Si aún pudiera creer en las fábulas y en los cuentos de niños. Si por un instante lograra poner en suspenso la dictadura de la razón. Si el singular no fuese una cárcel. Entonces, yo sería capaz de pensar en “Lamujerdemivida”, de escribir sobre ella.

Al final de este texto duerme una mujer desnuda. Como al final de casi todas las cosas. Allí, donde lo real se despoja de sus máscaras y se muestra brutal e insensato como una verdad a secas. Yo me quemo en ese infierno desde que tengo memoria.

Por las noches me cuenta historias que me dicen quien soy. Por las mañanas no me habla. Pero nunca se calla. Esta mujer encarna la naturaleza sublime de la hembra. Tiene el don de la anticipación y la porosidad de la tierra. Me planta como a una semilla muerta para incubarme en el calor de su vientre. Me alimenta en el río lácteo que desciende desde de sus pechos. Luego se aleja unos pasos, me mira con los ojos cerrados, y me vuelve a asesinar.

Su ojo es hembra. Ojo vaginal. Ojo demonio. Ojo andaluz. Ojo menstrual. Ojo asesino de mujer dormida.

Hay secretos que no me cuenta y que ella ignora que conoce. Yo sé que nos une algo innombrable pero ella imagina que escondo una palabra que no le quiero entregar. Es un enorme malentendido. Pero hoy he quedado capturado en sus caderas. Hoy la anatomía me relevará de las explicaciones fútiles. Un sismo de mentiras y de hormonas tiembla bajo las trampas de su cuerpo. Un pez extraño nada dentro de su boca. Es irresistible como una perfecta máquina reproductora. Pero finge que no lo sabe.

Allí está, desnuda, como un disfraz que ya no tiene nada que esconder. Con sus piernas abiertas y su boca cerrada. Con sus ojos de maga y sus manos sangrantes. Desde sus uñas chorrea un líquido áspero y morado que dibuja en el piso una mancha inestable. El crepúsculo sombrío de lo que quise ser, pero ya nunca seré.

Conoce - aunque lo calla- la clave de todos mis secretos. Ha descifrado la patética vulgaridad del macho. Su pesada carga genital, su destino rudimentario y pedestre. Con su repugnante torso velludo. Con la urgencia feroz de su embestida pélvica. Con su carcajada sonora y su mueca simiesca.

Yo, atado al palo mayor, me esfuerzo por alcanzarla sin respirar sus vapores venenosos. Lucho, idiota, como si eso fuese posible. Sueño con acceder a ella sin disolverme en el encuentro.

Ahora que la veo, ahora que percibo en un solo instante la hipnótica sustancia de que está hecha. Ahora, cuando ya no importa. Ahora, cuando es irremediablemente tarde, comprendo -como en una súbita revelación- el absurdo de tres mil años de ingenuo culto a la razón.

Planta carnívora

Como tantas otras cosas comienza siendo un juego. Abandono algunas partículas de lo que soy en esa mujer. Se las entrego como quien siembra, como quien fecunda. Cada día me siento más liviano, pero menos entero. He ido desprendiéndome de mis propios fundamentos hasta que -en el vértigo de aquella transfusión- ya no puedo funcionar sin apelar a ella. Me sostiene en el mundo. Me completa con lo que antes era mío pero ahora le pertenece. Impide que caiga en el vacío. ¡Pero me ahogo! Y la hemorragia continúa. Entonces, me hago simultáneamente más ligero para mí mismo pero más pesado para ella. Si me soltara no sobreviviría. Me he reducido a retazos de lo que alguna vez fui y que ahora no son nada. Ya no descanso en ella, dependo de ella. Me toma con todas sus fuerzas para que no naufrague. Me eleva sobre mis propios abismos. ¡Pero me ahogo! Con ambas manos cerradas impide mi derrumbe final. Con ambas manos crispadas -como garras- alrededor de mi estúpido cuello.

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