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Monos, pobres y castrados

Cada vez es mayor la cantidad de hipótesis que confluyen para explicar la epidemia de enfermedades cardiovasculares. No resulta extraño que así sea ya que se trata de una patología compleja y multicausal. De este modo los médicos nos enfrentamos a la necesidad de apropiarnos de perspectivas que hasta no hace mucho nos resultaban ajenas y que, lamentablemente, aún hoy quedan fuera de las agendas de formación de pregrado. La teoría de la evolución y las condiciones socioeconómicas son sólo algunas de ellas.

La evolución de la especie humana es invocada con argumento causal en situaciones clínicas tan frecuentes como la obesidad, el síndrome metabólico o la diabetes. Tal parece que ancestrales mecanismos adaptativos que intervienen en la regulación del peso, la grasa corporal o el metabolismo de los hidratos de carbono y los lípidos operan como determinantes genéticos de estas patologías. La teoría darwiniana –y sus actualizaciones- conforman un punto de vista atractivo para describir la integración de los organismos con el ambiente. La vertiginosa transformación de los estilos de vida nos enfrenta a un permanente conflicto entre biología y cultura cuyas manifestaciones más dramáticas son la enfermedad cardiovascular o la diabetes como consecuencias finales.







Desde hace mucho tiempo se conocen las articulaciones entre las condiciones de vida y las enfermedades. La epidemiología contemporánea ha aportado elementos trascendentes que muestran que la situación socioeconómica, el peso o el ambiente al momento de nacer ejercen su influencia en décadas posteriores. La expansión de estas patologías en el mundo ha demostrado que son los países menos favorecidos donde este crecimiento se da con mayor fuerza. En cada sociedad quienes viven en peores condiciones muestran mayor tasa de enfermedad, mayor precocidad en su aparición y peor evolución.

La pobreza constituye en sí misma un poderoso factor de riesgo. Estudios internacionales como el INTERHEART han sacado a la luz esta preocupante realidad. La urbanización creciente, la educación, los hábitos culturales, el acceso a la salud, son sólo algunos de los elementos que intervienen para que esto así suceda.

Hace algunos años Gordon Mayer formuló la curiosa descripción de un individuo de “bajo riesgo coronario”. Entre sus rasgos sobresalientes mencionaba: “…se trata de un trabajador municipal afeminado, completamente ajeno al stress físico o mental, a la ambición y al espíritu de competencia. Es un hombre de poco apetito que se alimenta de frutas y vegetales acompañados de granos y aceite de oliva. Detesta el tabaco, no tiene auto, ni radio, ni TV y ejercita constantemente sus músculos aunque tiene aspecto poco atlético. Tiene bajo salario, bajo Colesterol, baja Glucosa, baja presión arterial y toma Ácido Nicotínico, Piridoxina y anticoagulantes, incluso desde de su castración”

Este utópico individuo está fuera del mundo contemporáneo. Su ironía desnuda la manera en que algunos objetivos médicos resultan incompatibles con nuestros modos de existencia. Comprenderlo nos exige conocer aspectos que a menudo nadie nos enseñó. Dar sentido al trabajo cotidiano con nuestros semejantes nos reclama ampliar las perspectivas y reconocer que la inabarcable complejidad del mundo no puede reducirse a una destreza técnica ciega al contexto donde se ejerce. En todo caso, siempre estarán allí, los monos, los pobres y los castrados para recordárnoslo.
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