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Fusilados por la Cruz Roja

Resulta curioso -cuando no decididamente aterrador- el modo en que los padres de niños o adolescentes con diagnóstico presuntivo de Síndrome de Déficit de Atención (ADD) son des-orientados precisamente por quienes se supone que deberían orientarlos. Angustiados por ciertos rasgos de la conducta y temerosos del futuro de sus hijos ante reiterados fracasos escolares, los padres acuden a los profesionales de la medicina, la psicología o la psicopedagogía en busca de ayuda. Allí, ingresan en un campo de batalla del que nadie les advirtió pero donde se convierten –junto a sus hijos- en víctimas propiciatorias.







Según el caso, la presunción será confirmada con cierta ligereza o descartada de plano con idéntica levedad. Comienza entonces un peregrinaje errático que los expone brutalmente a una disputa de poderes y de saberes sin que nadie la haga explícita. No sería apropiado reclamar de la ciencia o de disciplinas no científicas -pero consideradas socialmente aptas para asistir a pacientes- que se disuelvan los debates o que sólo ofrezcan certezas inmutables. Pero lo que resulta ofensivo a la condición de padres es que aquellas disputas se jueguen sobre el doloroso escenario de la salud psíquica de sus hijos.

En muchos casos se escucha: “Su hijo no padece ADD” cuando debería decirse: “Yo creo que el ADD no existe”. Así quedaría claro para un padre cuál es la postura teórica del terapeuta que generalmente queda sumergida bajo la negación de un diagnóstico. No son las familias de los pacientes quienes pueden decidir sobre la naturaleza del cuadro clínico. Es suficiente que deban cargar con el padecimiento que implica cualquier trastorno que les ocurra a sus hijos. La realidad los pone en la necesidad de tomar decisiones para las que no están preparados y los expone a funcionar como verdaderos “misiles humanos” entre dos bandos en disputa.

No es la existencia misma del ADD lo que me propongo cuestionar sino el modo impiadoso con que muchos profesionales ponen en escena sus propias controversias internas. Cuando se solicitan pruebas que avalen una u otra postura, se les aportan interpretaciones sin fundamento en unos casos o, meras declaraciones ideológicas en otros. Es completamente válido y comprensible que estas ocurran, pero profundamente inapropiado que tengan a nuestros hijos como rehenes. Que algunas disciplinas vean amenazado su territorio específico por el avance de otras o que perciban un ataque a sus propios cimientos es un tema de la mayor trascendencia. Que padres e hijos circulen por gabinetes y consultorios cargándose de incertidumbre y de dudas mientras ambos padecen consecuencias dolorosas, es una demostración contundente de la forma -a menudo feroz- con que una disputa profesional se convierte en un modo más de producir sufrimiento donde se supone que deberían atenuarlo. Atemorizadas, culpabilizadas, perdidas en un territorio que desconocen, las familias sienten la perplejidad y el absurdo de quien, en medio de una batalla que no es la suya, es fusilado por la Cruz Roja.
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