Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit. Nullam eu est quis enim commodo aliquet. Vestibulum eleifend venenatis massa. Curabitur rutrum accumsan felis. Pellentesque habitant morbi tristique senectus et netus et malesuada fames ac turpis egestas. Phasellus ut augue eu purus iaculis viverra. Maecenas vehicula dictum diam.

Pez en la oscuridad

“De que algo oculto haya procede la vida”
María Zambrano

Hay lugares que te encierran al dejarte afuera. Una rara forma de clausura bajo la forma de una puerta. De este lado: la inmensidad del encierro; de aquel: el breve espacio de tus sueños. Todos tenemos puertas prohibidas. Todos espiamos furtivamente las fronteras que nunca vamos a cruzar.

Las puertas son pura transición. Espacios que se atraviesan y no sitios definitivos. Raras veces son tu casa. Allí te quedas a esperar la muerte, ese otro límite que no podrás atravesar.

Describirlas es una tarea imposible. Hay sitios que deben ser narrados. Su geografía despliega sobre el espacio los pliegues del tiempo.







La mía es de una extraña madera. Concentra en su textura la paciencia del árbol. La he visto entreabierta. Haces de luz alternan con zonas de penumbra. A poco de ingresar se insinúa una delgada línea blanca con forma de muralla semicircular construida mediante una sucesión de piezas semejantes, pero con sutiles diferencias. Se advierte en ella una ferocidad latente. El recuerdo de un pasado animal que podría recuperar si las circunstancias así lo reclamaran.

Cuando está cerrada la acecho impaciente hasta que vuelve a abrirse. Las dos hojas se sellan y forman una línea perfecta. Sobre ella dibuja sus trazos el demonio que la habita y, de inmediato, me asalta el terror de pensar que ya no se abrirá jamás.

Nunca está completamente inmóvil. Incluso cuando parece quieta puedes ver – aunque tal vez no sea ese el verbo – un temblor apenas perceptible. Una trémula inquietud. Algo que, no siendo movimiento, tampoco es reposo.

Se abre o se cierra respondiendo a una voluntad que no es la mía. Yo espero y me entrego al fluir de los sucesos. Me abandono al espectáculo como un cazador que sabe que su única arma, son sus ojos.

Cuando se distrae, el interior de la casa - aunque oscuro - queda expuesto. Allí he creído ver un pez o una medusa. Un ser vivo que repta en la oscuridad. Lo imagino tibio aunque no sé porque. El conjunto es indefinible, pero acogedor. Una invitación, pero también una advertencia.

Suelo escuchar sonidos que llegan desde las habitaciones más lejanas. La puerta también los registra y se rinde. Se relaja y les permite salir de paseo. No me he detenido a averiguar si tienen significado. Cuando eso ocurre ingreso en un éxtasis que nubla mi razón. Algo del orden de lo musical. Una misteriosa gramática sonora suscita mis sensaciones mientras paraliza toda interpretación. Una alucinación hecha de aquel sonido inexplicable y ciertos vapores insensatos. Esa bruma crea mundos sin sentido a su alrededor. Entonces, me suspendo y me abandono. Evoluciono al azar bajo esa atmósfera amniótica.

La he visto crisparse cuando soplan malos vientos. Sus dos hojas se tensan y confluyen – a cada lado – sobre otros tantos puntos que concentran las fuerzas del misterio que la gobierna. Cruje como un animal enfurecido. Su rigor hiere el aire. Es infranqueable y feroz hasta que los vientos se atenúan. Mientras tanto saborea las aguas amargas de sus propios ríos. Rumia esos líquidos espesos hasta neutralizarlos por completo. Más tarde, las cuerdas que la sostienen se aflojan y recobra la serena concavidad del reposo.

Yo la observo con pasión y a la distancia. En la clandestinidad la deseo y le temo. Sé que no la abriré jamás. Resignado, he aprendido a habitarla desde afuera. De este modo tan secreto accedo a la exacta dimensión de sus silencios y a la sabrosa intimidad de sus adentros.

Me he visto en sueños recorriendo sus cavidades. A lomos de ese pez navego sus laberintos. He sentido en mi garganta la felicidad de aquellos viajes y el pánico de todos mis naufragios.

Impedido de amarrar tus naves en el único puerto que deseas, no hay más alternativa que acecharlo a la distancia como a un horizonte cotidiano, pero inalcanzable.

Podría abandonar mi posición e intentar abrirla.
Podría, pero no quiero.

Podría convocar sus voces y hacer palabras con sus sonidos.
Podría, pero no lo haré.

Sé, que si intento atravesar esa puerta, su serenidad se hará tormenta y me dirá que No.


Daniel Flichtentrei, 2006

File Under: