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Lengua maldita

Que difícil resulta para alguien instalado normativamente en nuestra cultura pensar por fuera de las metáforas que el psicoanálisis ha instalado desde hace un siglo.

No hay problema, son tan ricas y tan productivas, han contribuido tanto a dotarnos de herramientas conceptuales, que no podríamos más que estar agradecidos por ello.

Pero si aún así lo intentamos, a modo de ejercicio intelectual, suelen suceder dos cosas:

a) descubrimos un universo fascinante de perspectivas que habilitan nuevas formas de ver el mundo

b) volvemos a caer en el campo semántico psicoanalítico una y otra vez.


Como una “lengua madre” que retorna cada vez que bajamos la guardia, sus tópicos nos arropan frente a la intemperie del mundo. Confieso mi tentación, pero también mi fracaso. Lo intento, juro que lo hago. Ingreso en mundos fascinantes pero, rápidamente me sorprende esa "lengua maldita" y me vuelve a capturar.

En los breves intervalos en los que logro mantenerme prófugo de sus explicaciones, a salvo de sus respuestas multiuso y sus categorías “pret a porter”, intuyo, huelo, lo que ahora sospecho. Toda perspectiva es incompleta, es frágil, es déspota. La dictadura de sus instrumentos construye mundos, habilita, pero también clausura. Te pone alas, pero también jaulas.

Me sorprendo de mi sorpresa, me recrimino por esa ingenuidad. ¿Qué quiero? ¿Acaso ignoro que “el mundo”, “lo real”, no es más que una perspectiva aplicada sobre el objeto? ¿Alguien aún cree que es posible mirar desde ningún lugar? ¿Alguien, en su loca intimidad, aún sueña con “la verdad”?

Me propongo sacudirme como un potro al que intentan domar. Me seduce la experiencia de tomar por el cuello las palabras que lo nombran. Voy a retorcerles el pescuezo hasta que el último aliento de vida se les escurra por la boca. Colgaré sus cadáveres de los árboles de mi calle. Sembraré por la mañana un bosque de frutos muertos. Me sentaré en el piso a disfrutar del balanceo de los cuerpos. Silbaré suavecito un réquiem pagano, un tibio homenaje sonoro que entretenga a los muertitos.

Entonces, desnudo de palabras, me dispondré a registrar las cosas y - como un Dios perplejo y desnutrido - volveré a nombrarlas una a una.
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