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El ranking de la decadencia

Paradojas del rey desnudo:

Es una suerte que en nuestro país proliferen las estadísticas, incluso sobre las cuestiones más inverosímiles. Cada 24 hs conocemos al detalle, minuto a minuto, el ranking de la TV, el Top Ten, el Top Forty, el fonovoto, el radiovoto, el televoto, el voto electrónico en los portales de los diarios, el ranking ATP, la tabla de posiciones de la AFA, la FIFA, la asociación de pilotos, nada escapa a nuestra pulsión ordinal. Cada vez que un compatriota alcanza los primeros puestos suenan las trompetas y las banderas amanecen en los balcones. Nuestra identidad se consolida sobre esos podios aritméticos.

Hace pocos días el suplemento de educación superior de The Times – curioso suplemento en el que predominan las cabezas sobre los pies – publica el listado completo de las 200 mejores universidades del mundo. Pese a su escasa difusión hubiese merecido un análisis más riguroso. Apenas uno comienza recorrerlo lo invade la ansiedad por encontrar alguna de nuestras universidades. Las 100 primeras y ni las sombras de nuestro país. Claro, pensé, el primer mundo desborda en ventajas, pertenecer tiene sus privilegios. Ahora sí! las segundas 100. Pero tampoco, ni una de esas casas que nos enorgullecieron tanto en la historia argentina. 200 universidades del mundo y nada...

Una ausencia significativa, elocuente y silenciada. Un ranking siniestro que nos delata sin remedio aunque los responsables y los imbéciles continúen elogiando las fantásticas ropas del rey desnudo.

Habitan las universidades argentinas miles de nuestras mejores mujeres y hombres. Les dan vida con tozudez y con empeño aunque se los someta a condiciones indignas y humillantes de ejercicio profesional. Allí encontrarán a los auténticos top ten de un país empeñado en cortarse la cabeza.

¿Será que los países centrales son grandes y poderosos y por eso tienen importantes universidades o, tal vez, por que tienen importantes universidades se han hecho grandes y poderosos?

Mientras nuestros expertos en mediciones nos distraen con la aritmética de la banalidad, nuestros hijos crecerán en un país patético abrumado de cifras que miden el detalle de su propia estupidez, al tiempo que el país real se disgrega en un descenso irremediable.
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