Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit. Nullam eu est quis enim commodo aliquet. Vestibulum eleifend venenatis massa. Curabitur rutrum accumsan felis. Pellentesque habitant morbi tristique senectus et netus et malesuada fames ac turpis egestas. Phasellus ut augue eu purus iaculis viverra. Maecenas vehicula dictum diam.

Waterworld: un antropólogo en la autopista

"No sé como será la 3º guerra mundial, pero sé que la 4º será con palos y piedras” Albert Einstein

A mi no me importa nada el destino del planeta. He sido – y soy – completamente insensible a las lacrimógenas apelaciones a la conciencia que lanzan las agrupaciones ecologistas.

Ayer, mientras conducía por la autopista del Oeste, un estruendo que provenía del cielo me envolvió en una atmósfera apocalíptica como jamás había sentido. Crujidos, borborigmos, algo así como un tremendo cólico celeste sonó sobre mi cabeza. La luz disminuyó hasta la penumbra. El tiempo se detuvo, creo, durante un instante. Luego todo fue agua. Mi auto comenzó a ser bombardeado, ¡pum, pum, pum! Los proyectiles estallaban ante mis ojos. Fragmentos de gélidos meteoritos se escurrían por los vidrios. Quise, pero no pude, creer que aún había futuro. La loca carrera de mis vecinos de ruta confirmó mis sospechas: era ahora, ya, ¡el fin del mundo estaba aquí!







Decidí virar a estribor para salir de la autopista. Me tentaba la idea de esperar el final en un ambiente algo menos impersonal. Navegué unos doscientos metros hasta divisar un puente sobre el que discurría el cauce del río que acababa de abandonar. Antes de llegar - muchos metros antes - una hilera de embarcaciones detenidas hacia sonar sus sirenas de modo algo furioso. Según pude recomponer el cuadro de situación, bajo aquel continuo bombardeo líquido y sólido que nos atacaba en sentido vertical, algunos navegantes habían decidido apropiarse del improvisado refugio que el puente representaba para sus valiosas naves. No creo equivocarme si afirmo que su angustia, el rictus sardónico que se dibujaba en sus caras, obedecían exclusivamente al terror que les ocasionaba la posibilidad de exponer sus bellas chalupas al fuego del destino. Creo que, presos de un éxtasis eufórico, alucinados por sus propios neuroquímicos, eran capaces de ver las abolladuras de las carrocerías, incluso antes de que ellas se produjeran. Nada que no fuera el Fin, el auténtico Fin, podría reunir esa macabra conjunción de hechos. Locura atmosférica, locura colectiva; el sonido y la furia de lo que no tiene remedio.

Imposibilitado de avanzar debido a la toma de “territorio protegido” por nuestros predecesores en la navegación pensé en ahogar con música los estruendos del combate. Safe from harm, Massive Attack me pareció apropiado. Máximo volumen, tambores brutales sobre el techo, la líquida noche prematura, simios furiosos alrededor, sirenas. Dantesco, pero maravilloso. Comencé a sentir la seducción de los abismos.

Un desprendimiento de la horda que me rodeaba se desplazó en dirección al frente. La patrulla de avanzada se acercó a la orilla y se armó con piedras y palos que flotaban a la deriva. Húmedos, chorreantes, enardecidos, aquellos homínidos arrojaron sus improvisados proyectiles hacia sus congéneres ubicados debajo del puente, al abrigo del cielo. Ahora, el pequeño grupo de privilegiados sufría un ataque en sentido horizontal. Desencajados, ya fuera de control, descendían de sus barcazas y, con sus primitivos cuerpos, protegían a las naves del fuego enemigo. De no haber sido patético, podría haber resultado conmovedor observar el modo en que aquellos primates se ofrecían como tributo sacrificial para resguardar sus pertenencias. A los atacantes les parecía tan legítima su acción como a los “protegidos” la suya. Cada uno esgrimía a los gritos sus argumentos teñidos de alaridos soeces y gruñidos fatales.

Tal vez, pensé, en el vértigo de su involución, aquellos extraños seres habían simbolizado sobre el fetiche de sus tristes navíos, la figura sagrada de los hijos. Sólo la preservación de la cría podría justificar semejante arrojo y un heroísmo tan desprovisto de razón. Es tan misterioso el significado de las cosas, es tan oscuro el estatuto del valor. Sumergido en los vapores del final, sentí por primera vez el estremecimiento de la angustia. Supe - pero no reparó mi pena - que provenía más de la rotunda soledad que percibía entre aquellos mamíferos en los que no podía reconocerme, que del estúpido final de todas las cosas.

Daniel Flichtentrei
Julio 2006
File Under: