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Un antropólogo en el botiquín

Cuando “Todo lo sólido se desvanece en el aire”:

“Pensamiento no quiere decir reflexión. La reflexión aparece cuando el pensamiento se vuelve sobre sí mismo y se interroga, no sólo acerca de sus contenidos particulares sino acerca de sus presupuestos y fundamentos” Cornelius Castoriadis.

El ejercicio de la medicina nos pone en permanente contacto con ese espacio de conflictiva intersección entre los conocimientos adquiridos y las contingencias del mundo real. Allí se articulan de diverso modo estos dos universos, a menudo discordantes, en ocasiones contradictorios, pero siempre ásperos y complejos.

Ese conflicto se resuelve mediante estrategias individuales en relación con la enciclopedia de conocimientos adquiridos y los modelos incorporados a lo largo de la etapa de formación profesional.

No resulta extraño que esta brecha sea frecuentemente suturada mediante el empleo de un razonamiento automatizado y la sujeción a reglas de acción previamente pautadas bajo la forma de algoritmos o guías para la acción sobre las que el consenso internacional y la autoridad académica operan como herramientas de legitimación científica.

Sin interrogantes, sin la acción autorreflexiva y el pliegue de la conciencia sobre los propios actos, el conflicto se disuelve y la práctica se coagula en infinitas repeticiones que no reconocen grietas.

Las prácticas profesionales se sustentan de este modo en una representación disciplinar que se supone omnicomprensiva, totalizante, cerrada sobre sí misma, alambrada de silencios y subordinaciones.

Existe, sin embargo otro escenario posible. Allí donde las certezas se desmoronan y el juicio crítico se enciende surgen, (inevitables), la pregunta y la angustia que bordan los matices de toda interrogación que nos compromete como individuos.


  • ¿Qué hacer ante la inadecuación de nuestros esquemas y la realidad?
  • ¿Qué recursos poner en juego para asignar sentido a los multiformes avatares de la práctica?
  • ¿Cómo elaborar la frecuente insatisfacción respecto de los esquemas explicativos tradicionales?
  • ¿Cómo resolver la incertidumbre que sospecha una dimensión aún no contemplada?

Los desajustes, la incompletud intrínseca de toda disciplina respecto de lo real aparece sólo cuando la aparente solidez de “lo dado” se resquebraja bajo la crítica y el cuestionamiento. En estas condiciones se fecunda la reflexión y se alumbra la duda. Entonces surgen la creatividad y el inefable combustible de lo verdaderamente novedoso. Solo entonces es posible modificar los cimientos y, a partir de allí, edificar nuevas construcciones de conocimiento verdadero y no mera reproducción.La imaginación radical y la creatividad son instrumentos indispensables y no obstáculos para la creación científica de nuevos modelos de realidad. Estos nuevos esquemas imaginarios en cada caso sostienen lo pensable. Nuevas perspectivas, nuevas articulaciones disciplinares contribuyen a expandir los modos de pensar la múltiple naturaleza de la experiencia humana.

El valor positivo de la crítica y la interrogación sistemáticas refuerzan la vitalidad de un saber y lo rescatan de una cristalización tan vecina a la muerte.
La angustia y la perplejidad que acompañan este proceso se tornan ahora comprensibles. Pero también son valorados como signos inequívocos de vitalidad intelectual. Como el trémulo temblor que reconoce un obstáculo y se resiste a silenciarlo.
La representación de la enfermedad como fenómeno complejo, como trama delicadamente tejida de biología y de cultura, de objetivaciones y subjetividades ofrece una oportunidad única de enriquecimiento y profundización.

Por el contrario la construcción de un objeto deshistorizado, carente de subjetividad y únicamente legible en términos de un solo lenguaje nos condena a la repetición de lo mismo, a la pasividad y al asentimiento. Habitantes de un vacío obeso de información y de datos crudos. Cobijados de investiduras vanas y sedaciones mortíferas. Discurrimos por el mundo con la lúbrica anestesia de lo evidente y el ropaje absurdo de un prestigio social que ya no tenemos, que posiblemente ya no merecemos.

Un antropólogo en el botiquín:

No es excepcional que ante una inquietud recurramos a la biblioteca, ante una duda clínica concreta al botiquín para valernos de un instrumento de exploración física o a un examen complementario.

La interrogación se resuelve mediante la semiología específica. Las brumas de la duda se disipan bajo la claridad de los signos.
Pero, a qué recurrir cuando la pregunta no admite el repertorio de respuestas que tenemos a mano, cuando nuestros instrumentos no resultan eficaces para dar visibilidad a determinados aspectos.

Tal vez sea esa una oportunidad para comenzar a crear conocimiento desde nuevas perspectivas.

Sin preguntas no hay necesidad. Pero, con preguntas... ¿Cómo? ¿Con quién?Resuenan en algunos ámbitos cierto tipo de interrogantes que, una vez desencandenados, habilitan una serie cuya extensión definitiva no podemos todavía predecir.

  • ¿Qué cosa es un hábito, un estilo de vida?
  • ¿Qué vincula los modos de existencia, los modos de enfermar, las posibilidades de curar o prevenir?
  • ¿Qué abismos separan las representaciones del médico, del paciente, de la sociedad respecto de una misma enfermedad?
  • ¿Qué podría explicar la falta de adherencia a los tratamientos y los consejos higiénicos tan “razonables” que solemos esparcir como semillas inútiles en terreno árido?
  • ¿Qué significa “educar” más allá de todo particularismo cultural?
  • ¿Cuáles son los límites de la intervención médica?
  • ¿Cómo acceder a la dimensión del “padecer”? ¿Para qué?
  • ¿Cómo reconocer el rostro de una enfermedad bajo la opacidad de un lenguaje que no la nombra?

He pensado cuanto podría ayudarnos encontrar nuevamente en nuestro viejo botiquín el instrumento apropiado. La herramienta concreta que nos haga visibles los signos y nos habilite el sentido.

He soñado, (ya en los bordes de la razón), con encontrar un antropólogo agazapado en el fondo de mi entrañable botiquín. Lo he visto desplegarse ante mí y, observándome con intriga, hacerme las peores de las preguntas, justamente las que no quería escuchar...

- ¿Qué hacés? ¿Qué ves? ¿Qué no ves?

No lo sé, confieso mi incerteza. Pero a veces, clandestino y furtivo, me he asomado al universo de la antropología y he intuido un mundo que ensancharía el mío.

Carezco de “evidencias” al respecto, no tengo más que vagas intuiciones y el deseo obstinado de ampliar horizontes. La inconveniente tendencia a ignorar barreras y la irresistible tentación de agitar las aguas.

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